VALPARAÍSO, 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973 EL TESTIMONIO DE UNA DERROTA
DOI:
https://doi.org/10.58210/nhyg576Resumen
Con los años los recuerdos se hacen difusos. Detalles de acontecimientos que permanecían indelebles, se confunden. Se olvidan. Nombres, rostros y vivencias compartidas quedan atrapados en una niebla que con dificultad logramos disipar. Sin embargo, algunos sucesos tienen tal gravitación en nuestras vidas que las alegrías o dolores que provocan siguen latentes. Las alegrías son nuestro refugio cuando los infortunios aparecen de súbito en la vida; los dolores son lacerantes cuando las heridas que provocan no cicatrizan. A 50 años del golpe de Estado, lo ocurrido ese fatídico 11 de septiembre de 1973 significó, para quienes acompañamos con entusiasmo el proceso que encarnó el presidente Salvador Allende, el término de la esperanza de vivir en un Chile más justo, más solidario y sin aquellos bolsones de pobreza que caracterizan a nuestro continente.
Fueron las esperanzas que se abrieron el 4 de noviembre de 1970 cuando Allende fue ratificado como Presidente de Chile por el Congreso Nacional. Revisando los diarios de la época, La Unión, de Valparaíso, un diario que había sido muy conservador cuando dependía del Obispado, ya en manos de los trabajadores en 1970, resumió en los titulares de su primera página lo que significó ese acontecimiento. “¡Asumió el Chico!” fue el título más importante de su portada, con una bajada que agregaba: “Hoy se abren las puertas de la historia”. En la misma portada se incluyó una nota de saludo de Tencha Allende a los periodistas y compañeros del diario por su apoyo al proyecto popular. Ignorábamos en ese momento la tragedia que vendría más adelante que provocó tanto dolor en Chile y que en estos meses de 2023 se han sentido tan intensamente porque, a pesar de los daños que ocasionó la dictadura, enceguecida por el consumo y ciertos logros del neoliberalismo, una mayoría inesperada ha vuelto a confiar en aquellos grupos políticos que provocaron el quiebre de nuestra democracia.
Por lo mismo, escribir desde la memoria lo que ocurrió hace 50 años, sumado a otras razones, no es tarea fácil, más aún para un historiador. En primer lugar, porque recordar es siempre recortar; y, en segundo lugar, porque el relato se mueve entre mutuas desconfianzas. La historia no le cree a la memoria; y la memoria desconfía de la historia. Es un dilema que no tiene solución, agravado cuando quien relata lo acontecido no fue un protagonista imparcial. Sus compromisos y lealtades políticas tiñen sus mensajes y esto debemos asumirlo. Por lo tanto, no reclamamos objetividad, simplemente tratamos de retornar a los hechos desde el lugar desde donde los observamos, desde nuestro compromiso con el gobierno de la Unidad Popular y lo que consideramos una de las grandes tragedias vividas en los 200 años de vida republicana a partir de ese 11 de septiembre