Artículos
ANTESALA AL TURISMO INTERNACIONAL:
EL VIAJE HACIA EL CERCANO ORIENTE DE UN JOVEN INTELECTUAL PERUANO EN 1862
ANTEROOM TO INTERNATIONAL TOURISM:
THE JOURNEY TO THE NEAR EAST OF A YOUNG PERUVIAN INTELLECTUAL IN 1862
Paula Ermila Rivasplata Varillas
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Perú
rivasplatavarillas@gmail.com
https://orcid.org/0000-0001-7036-6436
Recibido el 5 de mayo del 2022 Aceptado el 7 de febrero del 2023
Páginas 313-343
Financiamiento: La investigación fue autofinanciada por la autora.
Conflictos de interés: La autora declara no presentar conflicto de interés.
Resumen: Este artículo es un acercamiento al turismo del Cercano Oriente de mediados del siglo XIX, a través de un joven peruano Pedro Paz Soldán y Unanue. Sus experiencias viajeras nos permitirán conocer como era viajar por el Oriente en 1862, convulsionado por enfrentamientos religiosos, económicos, políticos y comerciales. Zona considerada aún peligrosa, pero de forzoso tránsito que conectaba Europa a Asia. A pocos años de la apertura del canal de Suez, el turismo en Oriente era muy dinámico y los bienes y servicios ofrecidos cumplían con las expectativas de los viajeros fuesen culturales o de paso, en el caso de los comerciantes y burócratas que estuviesen de tránsito en Egipto o Constantinopla. Las guías de viajes de Wilkinson y Murray eran populares entre los europeos que viajaban por el Cercano Oriente. Una serie de servicios eran necesarios: dragomanes, borriqueros, caballos, barcos de vapor, remeros, vigilantes, tiendas de campaña, restaurants, alojamientos, cafés.
Palabras clave: Egipto, Constantinopla, Asia, viajes, siglo XIX
Abstract: This article is an approach to tourism in the Near East of the mid-19th century, through a young Peruvian Pedro Paz Soldán y Unanue. His traveling experiences will allow us to know how was to travel the Near East in 1862, convulsed by religious, economic, political and commercial confrontations. An area still considered dangerous, but of forced transit that connected Europe to Asia. A few years after the opening of the Suez Canal, tourism in the East was very dynamic and the goods and services offered met the expectations of travelers, whether cultural or transit, in the case of merchants and bureaucrats who were in transit in Egypt or Constantinople. Wilkinson's and Murray's travel guides were popular with Europeans traveling in the Near East. A series of services were necessary: dragomanes, donkeys, horses, steamboats, rowers, security guards, tents, restaurants, accommodation, cafes.
Keywords: Egypt, Constantinople, Asia, travel, 19th century
INTRODUCCION
Este artículo trata sobre la antesala del turismo internacional que se inauguró formalmente en 1869, tras la inauguración del canal de Suez con el primer viaje internacional organizado por Thomas Cook.[1] En el siglo XIX, el periodo de transición “turística” estaría comprendido desde la década de los años 30 hasta finales de la 60, específicamente terminó en 1869 al inaugurarse el canal de Suez. Los acontecimientos que lo incentivaron fueron la publicación de la Descripción de Egipto, en varios libros, en 1809 y reeditada en 1820, durante la Restauración Borbónica Posnapoleónica. Estos libros provinieron del trabajo realizado por 160 científicos que conformaron la Comisión Francesa para las Ciencias y las Artes de Egipto que llevó Napoleón Bonaparte en la invasión francesa a Egipto de 1799 a 1801, extendiéndose a 1804. Esta expedición científica hizo famoso el antiguo Egipto y, posteriormente con la apertura de fronteras al debilitarse el imperio otomano, las visitas se ampliaron a Grecia, Egipto y algunas ciudades de Medio Oriente, zonas exóticas, históricas y milenarias. Todas estas zonas que apenas figuraban en las agendas de los viajeros en el siglo XVIII, se convirtieron no solo en destinos turísticos, sino también en lugares de paso hacia el Lejano Oriente.[2] La apropiación europea de Egipto hizo surgir la Egiptología de las expediciones científicas y el desciframiento de los jeroglíficos con Champollion y el Orientalismo del conde de Volney y Claude-Étienne Savary.[3] Gracias al Romanticismo, lugares exóticos con presencia histórica árabe musulmana fueron visitados más asiduamente, como Egipto, Siria o España.
Otros factores que propiciaron el turismo a Oriente fueron la construcción de ferrocarriles que unía Alejandría al Cairo y la aparición de embarcaciones a vapor de compañías privadas que competían entre sí en el Mediterráneo, como los vapores franceses de las Mesageries y los vapores Lloyd austriaco que aceleraron los viajes al Oriente. La Revolución industrial y la expansión del imperialismo generaron una inmigración burocrática y un temprano turismo alrededor de los sitios de tránsito, como Cairo, Estambul, donde un dinámico turismo local se activó a mano de dragomanes, guías, borriqueros y lugareños. De esta manera, el turismo hacia estos lares surgió inmediatamente después de los grandes descubrimientos geográficos y las conquistas territoriales y comerciales del Imperialismo europeo. Los primeros viajeros fueron aventureros, exploradores, militares, científicos, burócratas, y tras ellos vinieron los comerciantes seguidos de civiles de nivel económico alto, pero también artistas, pintores, fotógrafos, escritores, entre otros.
La influencia de escritores que fueron al Cercano Oriente a finales del siglo XVIII a mediados del XIX fue decisiva para atraer al turismo occidental, como el orientalista francés Claude Savary que aprendió árabe, tradujo el Corán, y escribió varios libros entre las cuales están Cartas sobre Grecia ( 1788), Cartas sobre Egipto (1798) y Gramática de la lengua árabe(1813); René de Chateaubriand, representante del romanticismo y orientalista francés, escribió Itinerario de Paris a Jerusalén( 1811), Víctor Hugo y sus Orientales(1829), Gustave Flaubert realizó un viaje en el que recorrió Italia, Grecia, Egipto, Jerusalén y Constantinopla (1849-1851), producto de la cuales escribió Viaje a Oriente. Además, la publicación de los resultados de la expedición científica francesa originó una fascinación por el orientalismo y se puso de moda en la literatura, en la ropa y en la decoración de interiores.[4] Escritores de la talla de Lord Byron y otros se involucraron a esta nueva tendencia e inspiraron a otros,[5] tanto así que nuestro protagonista el limeño Pedro Paz Soldán y Unanue fue al Cercano Oriente como parte de su preparación, pues quería convertirse en un orientalista.[6]
La necesidad de los viajeros occidentales de visitar las ciudades orientales emblemáticas hizo que surgiera una demanda turística local, que rápidamente fue cubierta por los paisanos del lugar, de manera informal a cambio de un estipendio. Así surgieron circuitos cortos de un día o más largos, en el que podría estar incluido el servicio completo de comida, transporte, pago de impuestos, e incluso dádivas que exigían los lugareños, e incluso pago a los bandidos para que no les robaran y los protegieran de otros ladrones. Estos circuitos cortos estaban ya constituidos en la década de los años cuarenta del siglo XIX, para satisfacer la curiosidad de conocer lugares exóticos de forma rápida por los burócratas y militares que estaban de paso en alguna ciudad hacia su destino final que podía ser India o China. Estos viajeros que iban hacia las colonias inglesas permanecían en las ciudades de tránsito y podían aprovechar su estadía para visitar sitios emblemáticos e históricos importantes, pero de manera rápida. Los circuitos largos requerían de los viajeros disponibilidad de tiempo y mayor inversión en dinero para disponer de guías, transporte, protección, alimentación y tiendas de campaña. Los viajeros que tomaban viajes cortos estaban más expuestos a robos y actos de violencia que los que iban en circuitos largos. Los viajeros podían ser europeos y norteamericanos, preferentemente varones, pero también, cada vez más mujeres, sobre todo inglesas y norteamericanas de clase alta iban al Cercano Oriente y en particular a Egipto.[7]
A los viajeros del siglo XIX les importaba el mundo clásico, el folklore y el exotismo, propio del Romanticismo. Se trataba no sólo de estar cerca de lo aprendido en historia, geografía, costumbres, etc., sino aprender nuevos conocimientos y tendencias políticas-sociales y otras necesidades exóticas a satisfacer y conocer. De esta manera, los viajes fueron ampliándose, ya no sólo a los principales sitios históricos y culturales de Europa, sino también al norte de África y Asia occidental, en las zonas históricas de Egipto, Jerusalén, Damasco, por un afán de vanidad, prestigio intelectual, cultural y refinamiento. Algunos de los viajeros escribieron sus experiencias a través de cartas, diarios y apuntes, tal lo hizo el viajero peruano que nos ocupa este artículo.
EL RECORRIDO DE PEDRO PAZ SOLDÁN Y UNANUE POR EL ORIENTE
Pedro Paz Soldán y Unanue, que sería un insigne escritor peruano y catedrático de filología de la Universidad San Marcos, pertenecía a una de las familias de la élite limeña del siglo XIX. Su abuelo Hipólito Unanue, un insigne político, médico y científico, había legado a su hija Francisca una hacienda en Cañete donde vivió al casarse. Pedro viajó a Europa entre los años 1859 a 1863, en dicho lapso realizó un viaje muy corto por el Cercano Oriente de solo setenta y nueve días. A diferencia, por ejemplo, del viaje del escritor Gustave Flauvert que hizo un recorrido parecido en once meses, distribuido de la siguiente manera: siete meses recorrió el Bajo, el Alto Egipto y Beirut, un mes y diecisiete días le tomó conocer Tiro, San Juan de Accra, Jerusalén, Damasco y un mes y trece días recorrió Trípoli, Beirut, Rodas, Esmirna, hasta llegar Constantinopla donde permaneció un mes.[8]
A los 22 años, Pedro Paz Soldán dejaba Nápoles, considerada en aquella época la última ciudad cristiana para dirigirse a Oriente, con una queja de soledad y reproche al tener que enfrentarse solo a un mundo para él ignoto. “Nunca me pareció más espantosa ni más alarmante mi soledad que al zarpar de Nápoles, última ciudad cristiana con rumbo a Oriente”.[9] Viajar solo al Oriente le resultó difícil porque no tenía con quien aventurarse a lo desconocido y a lo nuevo, ni compartir la experiencia, pero lo tenía que hacer porque era la única oportunidad que tenía para hacerlo.
Aunque estos viajes al Oriente a mediados del siglo XIX ya eran bastante frecuentes, para un joven veinteañero resultaba una difícil resolución, que finalmente lo llevó a cabo, tal como lo tenía planeado desde hacía tiempo. Le detenía el miedo a lo desconocido y este sentimiento era un lastre que tenía que cargar y afrontar, sobre todo, cuando se viaja solo a sitios más que nuevos, insólitos.
“Sólo me faltaba la parte del alma, el amigo o compañero y la ausencia de él me hizo titubear largo tiempo, hasta que comprendí que reunido lo más difícil y primordial, el vacío que quedaba podía llenarse con un poco de resolución”. [10]
Acumuló información teórica sobre el Oriente en bibliotecas y museos de Antigüedades de Berlín, Paris, Viena, Londres y, principalmente, en Malta donde hizo escala por veinte días, para ultimar sus preparativos y adentrarse al mundo oriental. Antes visitó Mesina, Catania, el Etna y Siracusa en Sicilia.
La inseguridad reinaba entre los que viajaban al Cercano Oriente, zona convulsionada por enfrentamientos o conatos religiosos con saldos mortales, odios velados a los occidentales, la delincuencia, la desconfianza de lugares que trasmitían peligro y tentaciones por sus riquezas culturales y económicas del aún desconocido mundo oriental. Él mismo como persona, despertaba sospecha, al punto que fácilmente, los viajeros europeos le consideraba un aventuro o un jugador:
“Acostumbrado estoy ya a despertar este género de sospechas, porque los que me ven no pueden comprender que un joven de mi edad haya venido desde el Perú hasta Egipto, solo, sin recomendaciones y como expulsado de la sociedad, por mera curiosidad”.[11]
Después de casi tres años en Europa, Pedro sentía nostalgia de su patria y soledad de viajar solo, al no tener a nadie con quien compartir las experiencias, dudas y miedos y aliviar las vicisitudes de los viajes.
“Patria, amigos, hermanos; ¡ay! cuán lejos me encuentro de vosotros. Lima, objeto constante de mis sueños ¿volveré un día a ver tus halagüeños y solitarios llanos?”.¡Mis dos brazos por un amigo!.[12]
En cuanto a la documentación, tener el pasaporte era fundamental para viajar a África y Asia. Un problema mayúsculo era que no existían cónsules o representantes peruanos en la mayoría de los países que llegaba y se sentía desprotegido al acecho de cualquier malintencionado.[13] Ante esta situación, se presentaba ante el cónsul español o francés, ante cualquier problema de migración.
El vapor que venía de Marsella pasaría por Malta, para llevarle a Egipto en cuatro días. Este velero se llamaba Indus y pertenecía a la compañía francesa de Messageries Imperiales que operaba desde 1851. Esta compañía privada era un servicio de transporte de correo en rutas marítimas a lo largo del Mediterráneo. Una de sus rutas era la de Marsella a Malta y realizaba tres viajes mensuales y la otra era Marsella a Constantinopla con dos viajes mensuales.[14]
EGIPTO
Pedro Paz Soldán estuvo en Egipto un mes y seis días, en su camino encontró individuos de todas las nacionalidades: franceses, ingleses, alemanes, italianos, suecos, rusos, griegos y otros. En la época que llegó, en 1862, eran visitados principalmente Alejandría y el Cairo que comprendía el Bajo Egipto, pero ya se estaba viajando por al Alto Egipto. Las conexiones a los lugares de interés histórico se hacía en circuitos cortos, pero también había circuitos más largos que demandaban mucho dinero porque consistían en contratar beduinos que les protegieran y tiendas de campaña. Los viajeros preferían los circuitos cortos de un día o dos a lo máximo, que era lo que ofrecían los dragomanes o guías desde el Cairo. Eran módicos y con posibilidad de compartir los gastos y peligros con otros viajeros. A todas luces, ya estaba muy bien constituido el negocio de las excursiones en Egipto, con guías conectados desde los alojamientos o dragomanes independientes. En cuanto a la seguridad, la protección de la ruta estaba a cargo de los beduinos de la zona, aunque muchos de ellos amedrentaban a los viajeros, para sacar dinero.
Los viajeros que llegaban al Cairo a mediados del siglo XIX eran fundamentalmente burócratas, comerciantes, militares que estaban de paso rumbo a la India, anexionada a la Corona Británica, después de la rebelión de los cipayos de 1857. La mayoría de los viajeros eran varones con, cada vez, mayor frecuencia femenina extranjera. Los viajes de mujeres, principalmente inglesas, eran habituales en Egipto, e incluso, ya se había publicado un libro en 1844, destinado a este público, el de Sophia Lane Pool, titulado English woman in Egypte. Las mujeres se aventuraban solas, con sus maridos o con sus familias, en una época en que aún no existían las agencias de turismo, entendiendo que el primero que lo realizó fue Tomas Cook en 1869, después de la inauguración del canal de Suez.[15] Entonces a que público femenino estaba dirigido el libro de Sophia Lane Pool, evidentemente no eran turistas en el sentido que actualmente se conoce. Sino mujeres con fuerte inclinación a la corriente literaria del momento que era la romántica y, evidentemente mujeres de la clase alta. Sophie fue a Egipto con sus hijos a escribir sus impresiones en una serie de cartas enviadas a una supuesta amiga que sería quien leyera el libro. Le interesaba el tema social, la condición femenina nativa, especialmente describió la vida en los harenes a las que tuvo acceso. Sin embargo, ambas partes lugareños y visitantes estaban aún sorprendidos de sus presencias, pues beduinos iban en grupo a ver a mujeres jóvenes europeas en los lugares donde descansaban en sus viajes de circuitos largos, porque las consideraban rarezas. Pero, fue aumentando su número y encontramos más de estas mujeres aventureras y románticas en la década de los sesenta del siglo XIX que visitaban Egipto, tal como nos lo hace notar Pedro:
“En días pasados conocí a una inglesa extravagante que se había propuesto no quedar extraña... a ninguna sensación oriental: había fumado y fumaba en ese momento, shibouk había aspirado narguilé, se había embriagado con el hashish tan popularizado por una novela de Dumas; había cabalgado en camello; y ese día me enseñaba triunfante las extremidades de sus elegantes manos sonrosadas por el jugo de la henna”.[16]
A mediados del siglo XIX, la mayoría de los viajeros recorrían el Bajo Egipto. Sus paisajes típicos eran las sakias o acequias, las norias de brazos (sahduf), los beduinos, los asnos y las palmeras.[17] Sus ciudades principales eran Alejandría y el Cairo donde destacaban sus zocos y mezquitas. En la capital, Pedro pidió conocer una mezquita, las que estaban muy deterioradas, y lo tuvo que hacer acompañado de un soldado y de un representante del consulado español porque no había del Perú y lo pidió a España. Otros viajeros sin haber hecho la solicitud, se colaron durante su visita a la mezquita. Cerca al Cairo estaban las pirámides, y otros sitios históricos.
Para entrar al Alto Egipto, se necesita más tiempo y dinero, por lo que menos viajeros se internaban al Egipto clásico, donde estaba Tebas y Abu Simbel. Para llegar allí, se tomaba un barco que surcaba el Nilo, rentado entre varias personas, generalmente conocidos, amigos u otros turistas que habían pactado tal recorrido. En el camino se observaba el paisaje natural e histórico, con excursiones y estadías. Este viaje duraba de dos a tres meses, ida y vuelta, y partía en otoño cuando acudían viajeros curiosos, artistas y enfermos que querían recobrar la salud, convalecientes por el buen clima egipcio. El Cairo resultaba óptimo climáticamente para los europeos que venían por recomendación médica.
En el mercado “turístico” egipcio figuraban los dragomanes y los borriqueros que proporcionaban el medio de trasporte, el burro y el caballo. Los primeros eran más caros porque daban un servicio completo que incluía, comida, trasporte y alimentación a diferencia de los borriqueros que solo ofrecían transporte, los que iban atrás del viajero, controlando su burro. El borriquero era un muchacho que proporcionaba un burro y servía de guía y de traductor y sabía lo suficiente de la lengua inglesa, francesa, italiana para hacerse entender con sus clientes. Los viajeros los contrataban para ahorrar gastos, esperando no encontrar ladrones en el camino y riesgos que tenían que solventar solos, extorsiones de los beduinos al comprobar que viajaban sin protección. Al final podría salir más caro hacer excursiones contratando transporte y borriqueros, que dragomanes que se hacían responsables de que no les pasara nada en el camino. Sin embargo, los dragomanes no incluían las propinas que debían dar a todos las personas que ofrecían servicios a los viajeros. En cambio los que iban solo con borriqueros no estaban obligados a dar propina, aunque al final las daban para que les dejaran de acosar.
Los guías servían para facilitar el viaje, orientaban y no dejaban a sus clientes hasta que les pagaran. Por lo que una característica típica de ellos era la vigilancia y seguimiento, esperando a sus clientes cuando almorzaban, cenaban, etc. A mayor servicio dado al viajero aumentaba el cobro. Los guías aseados cobraban más. Parece que la limpieza no estaba al alcance de cualquiera, por lo que algunos guías se abstenían de cobrar más: “éste es más caro ¡Sólo por el aseo! ¡Sólo porque son aseados! añadió con profundo desprecio y con una especie de rencorosa ojeriza”.[18]
En cuanto a los medios de transporte en Egipto, Pedro utilizó para desplazarse trenes, botes, burros, camellos, caballos y asnos. El trayecto de Alejandría al Cairo lo hizo por tren en seis horas. Este tren había sido inaugurado en 1856, antes de aquella fecha ambas ciudades eran conectadas a través del rio Nilo y de un canal llamado Mahmoodeeyeh.[19] Otra ruta que hizo por tren fue del Cairo a Suez. En el Cairo había más de 800.000 personas y había un tráfico intenso de personas sobre burros, caballos, camellos, algunos coches de cuatro asientos guiados por un conductor y por un zapador que iba adelante abriendo el camino para que pasara el vehículo.[20] No había luz en las calles por lo que el zapador llevaba antorchas para guiar al cochero en las calles del Cairo y no causar accidentes. Esas calles angostas y tortuosas atestadas de gente y comercio que hacían difícil transitar.[21] Los borriqueros, los zapadores y otros gritaban para hacerse paso entre la multitud para no atropellarla, en última instancia hacían uso de látigos de cuero.
El burro era el animal más usado para desplazarse por el Cairo y los viajeros solían usarlo como zancos para sortear el barro que abundaban por las calles de Egipto, pero no soportaba mucho peso, así que podía pararse en seco y descargar al pasajero.[22] Los borriqueros se apostaban en diferentes lugares y a la salida de los hoteles, esperando a los clientes europeos. Alquilar un burro con su guía costaba poco. También, circulaban las carretelas europeas en Alejandría y el Cairo.
“El burro es aquí lo que el coche de alquiler en las ciudades de Europa; lo que la góndola en Venecia; lo que el caiq en Constantinopla, lo que los zancos en las landas de Burdeos”.[23]
Otro medio de transporte en Egipto era el camello y el dromedario. Pedro era un eximio jinete, pero le parecía difícil cabalgar en camello por su altura, exponiéndose a accidentes y golpes con las ramas de los árboles, si es que se distraía. Los camellos eran de gran ayuda al trasportar carga pesada, andando hasta treinta leguas al día, y casi no acarreaban gasto al consumir poca agua y alimento, unas tortas hechas de harina de haba. Animal silencioso, a excepción de sus eructos, por lo que podía ser peligroso para los transeúntes distraídos que no advirtiesen su presencia. Según Pedro, resultaría peligroso montar un camello, si no lo hacía como los autóctonos, suspendiéndose en el aire con un pie en el estribo hasta que el animal se incorporara totalmente para recién acomodarse en la silla de montar. En caso contrario, el jinete podría ser arrojado.
En cuanto a los hoteles en Alejandría, representantes del hotel y jaladores informales subían a bordo del vapor a conseguir clientes. Según Sophia Lain Pool se desataban violentas disputas de los barqueros árabes para el transporte.[24] En Egipto, Pedro estuvo en hoteles, en hospedajes y en fondas. En el Cairo, se hospedó en el Hotel d'Orient y el Hotel Coulomb en la plaza del Esbekié, residencia de los cónsules europeos y principales hoteles.[25]
Los libros que leyó para realizar el viaje a Oriente eran diversos, tales como libros de historia y geografía, enciclopedias, diccionarios, guías de viajes, libros de impresiones y experiencias viajeras. Algunos de los libros que aconsejó leer para el viaje a Oriente fueron el de John Gardner Wilckinson, Manners and customs of the ancient Egyptians, el de Edward William Lane, Manners and customs of the modern Egyptians, publicado en Londres, 1846, el libro de Gardner Wilkinson, A popular account of the ancient Egiptians, publicado en Londres, en 1854, el libro de Sophia Lane Pool, English woman in Egypte, 1844, el de Le Bas, Philippe, El universo pintoresco o historia y descripción de todos los pueblos, de sus religiones, costumbres, usos, industria, etc... Alemania, 1841, el de Champollion Egypte Ancien (Univers pittoresque), el de Clot Bey Apercu sur l'Egypte, el de Johnson Persian, Arabian, and English Dictionary, el de S. de Soey, Grammaire Arabe; el de Catafago, English and Arabian, el de Farris, Arabian Grammar, el de Barthelemy, Vocabulaire francais arabe avec la prononciation figurée.
Pedro alababa las obras de Wilckinson y la de Lane, sobre la vida social egipcia y sugería que deberían acompañar al viajero hasta su biblioteca personal. Libros que caracterizaba de ser didácticos, amenos y con muchos grabados; sin embargo, la guía de viaje más usada entre los ingleses era el de Murray, que llevaban y consultan in situ mientras viajaban, siguiendo las rutas que aconsejaba.
En Egipto, un personaje que Pedro conoció fue el fotógrafo francés Jean-Félix Gustave de Beaucorps tendría 45 años, alto, barbado y buen mozo, según Pedro de muy mal carácter y sin paciencia. Fruto de su travesía por Oriente de 1857 a 1861, realizó muchas fotografías que coincidieron con la época que viajó Pedro.[26] Sus estudios sobre la arquitectura, paisaje y gentes de Argelia, invadida por Francia en 1830, generó fascinación pública, por las representaciones orientalistas del Oriente Medio y del Norte de África. También, entabló amistad con Vicente Bouvier, que había gobernado por trece años la provincia de Leyte, una de las islas del archipiélago de Filipinas y regresaba a España con su esposa e hija. Otro personaje que conoció en el Hotel Coulomb del Cairo donde se albergaba fue el príncipe ruso Grigory Grigorevich Gagarin, que era pintor, diplomático, general y viajero. En una excursión que hizo por el Cairo vio de lejos al príncipe Eduardo VII del Reino Unido en su viaje al Cercano Oriente, que incluía Egipto, Jerusalén, Damasco, Beirut y Constantinopla.
Alejandría y el Cairo
El 24 de febrero de 1862 a las siete de la tarde divisó Alejandría, pero desembarcó en la mañana del día siguiente. Vio la columna de Pompeyo desde el vapor, pero no los obeliscos y las agujas de cleopatra.[27] A mediados del siglo XIX, “Alejandría era mucho menos Oriente y mucho más Europa que el Cairo y otras ciudades musulmanas”.[28] Las calles egipcias eran angostas a diferencia de las amplias donde estaban concentrados los europeos.[29]
Los paisajes dominantes en el Cairo eran las mezquitas, sus minaretes y sus calles laberínticas, sin empedrado ni enlosado, bulliciosas, estrechas y animadas, más que las otras ciudades orientales que visitó por su dinamismo comercial, peatonal y medios de transporte. Los egipcios habían sido tratados con dureza por los turcos otomanos y se habían acostumbrado al maltrato, no siendo extraño el uso del bastón en un europeo y el látigo en el soldado turco para abrirse paso entre la muchedumbre, ante la aparente indolencia de los egipcios ante esta y otras actitudes de los extranjeros. Una manera de relajarse que tenían era pasar entre los dedos unas bolas de ámbar o de sándalo ensartadas a modo de rosario. A Pedro le llamó la atención que en el Cairo, todos pidiesen propina sin razón alguna: ¡bagshish! ¡oh, bagshish!, e incluso unos hasta lo exigían.[30]
En cuanto a las costumbres musulmanas en el Cairo destacaban los innumerables cafés autóctonos, cuyos dueños eran generalmente griegos, que estaban situados al aire libre y amenizaban músicos que tocaban el kemengui ( rabel), el kamun (arpa), el ud, (laúd), nay (flauta), cajón y címbalos. En estos cafés, los clientes tomaban un café fuerte, sin azúcar, espeso, sin colar, a diferencia del café europeo, también, fumaban el narguile, que exportaban a Bohemia y otros puntos de Alemania. Podían encontrarse en estos locales gawazi o bailarinas públicas que prestaban sus servicios a quien pagaba, bailaban al son de un rabel y de un pandero, el tar. Estas bailarinas estaban adornadas con dijes y medallitas, vestidas con un corpiño y pantalón holgado y de pliegues, ceñido por el tobillo, bailaban pausada y a veces agitadamente al son del pandero que tocaban las, otrora bailarinas, más viejas. A diferencia de los cafés europeos en el Cairo, cuyos músicos extranjeros tocaban arpas y violines.
Al entrar al Cairo, Pedro presenció el entierro de un Paschá (Bajá) seguido de un cortejo de mujeres a borrico, con la cara tapada, llorando y gritando las bondades del marido. Delante del féretro marchaban dos cuerpos de infantería turca, haciendo honores militares al difunto. Dos hombres a camello precedían el acompañamiento, llevando cada uno de ellos un par de canastas de donde sacaban dátiles secos, pan y naranjas que repartían a muchedumbre.
El pueblo era fundamentalmente de la clase agricultora que era conocida con el nombre de fellah. La mayoría de la gente era pobre y había muchos ciegos por la luz solar.[31] Los hombres egipcios usaban unas batas sueltas, ceñida en la cintura, tenían la cabeza rapada, cubierta por un gorro colorado de borla azul, alrededor del cual se enrollaban una faja. Las mujeres egipcias tenían un porte elegante, por la costumbre de caminar erguidas, al llevar cantaros en la cabeza, y andaban cubiertas en ropajes y con antifaces, y las partes expuestas estaban pintadas con resinas olorosas en los ojos y labios y con henna en los pies y manos.[32] Las muchachas y viejas recogían boñiga fresca de camellos, burros o caballos, que eran utilizadas para enlucir las paredes de sus casas. La violencia de hombres hacia sus mujeres fue denunciada por Sophia Lane, que coincidía con el testimonio de Pedro Paz Soldán al observar en el pueblo de Saqqara que “un marido zamarreaba brutalmente a su cónyuge en la azotea fronteriza y las vecinas impasibles contemplaban el suceso”.[33] La prostitución era notoria y sujeta a traba alguna. Un lugar donde deambulan era la plaza del Cocodrilo y en plaza del Esbekié, en el Cairo. Llamaban a los clientes al grito de ¡favoriska! ¡favoriska! o las vendedoras ambulantes mismas se ofrecían.
Excursiones realizadas por el Cairo
La ruta turística típica del Cairo de mediados del siglo XIX comprendía las alamedas del sitio real de Choubrá, las ruinas de Heliópolis y Menfis, el bosque fósil y el barraje del Nilo.[34] Pedro visitó los alrededores del Cairo en compañía de su guía, un borriquero. Recorrió el pintoresco arrabal del Cairo llamado Boulak, que servía de puerto en el Nilo. Ahí se detenían las embarcaciones en su travesía de Alejandría al Alto Egipto. Según Sophie Lane, este puerto era muy activo y servía para desembarcar a la gente que venía de Alejandría hasta 1857 cuando fue inaugurado el ferrocarril que lo conectó con el Cairo.[35] Otro lugar visitado fue Heliópolis, conocido por los lugareños con el nombre de Matarieh, que fue un templo dedicado al dios sol, que estaba precedida por una hilera de esfinges y obeliscos, de todo lo cual sólo subsistía en la época un obelisco. Este lugar era considerado, en aquel entonces, uno de los más antiguos de cuantos se conocían, por las inscripciones que databan de cuatro mil años de existencia.[36] En Matarieh había un sicomoro a cuya sombra, según la tradición, descansaron Jesús, María y José durante la huida a Egipto. Partes de este árbol fueron arrancados como recuerdo durante siglos por los viajeros. Cerca al Cairo estaba la Selva Petrificada, lo que hoy es la Reserva de Al-Ahrash, que tenía ramas de leña petrificada esparcidas. También, la Alameda de Chubra que era una selva secular de acacias y sicomoros, que corría paralela al Nilo y conducía a un palacio de recreo construido a la europea, por el gobernador otomano Mehemet-Alí de 1830 a 1857. Este paseo conducía a una enorme mezquita recién estrenada y solía ser el favorito de los europeos por las tardes. Sin embargo, la mayor mezquita en extensión y la más antigua del Cairo, construida en el siglo IX, que había sobrevivido en su forma original era la de Ahmad ibn Ţūlūn. Otro sitio “turístico” era Tanta, un pueblo que se halla a mitad de camino entre el Cairo y Alejandría donde Pedro fue acompañado del fotógrafo Gustave de Beaucorps para visitar su feria, famosa por sus bailarinas.
Ascenso a las pirámides
Una excursión a las pirámides desde el Cairo, compartida con otro viajero, guiados por un borriquero y un dragomán, le costó 40 francos. Realizó un recorrido rápido a las pirámides, como la mayoría de los viajeros, aunque algunos permanecían días, pernoctando en tiendas o en alguna ruina.[37] En el caso de Pedro, tal cual hoy, los viajeros salían temprano de sus hoteles para cumplir con todas las actividades. Abrían salido del Cairo al amanecer, pasaron el Nilo en un lanchón empujados por cuatro bateleros y llegaron al pueblo de Gizeh a las 8.30 am y después ante la gran pirámide que estaba en pleno desierto a las 10:30 am. Le tomó diecisiete minutos la ascensión, y llegó a la cima a las 11 am.[38] Subió la única pirámide que visitaban los viajeros que era la de Cheops, es decir la gran pirámide cuya base era una gran roca subterránea con 200 plataformas superpuestas, parte de la cual yacía acumulada en el suelo. Las dos últimas habían desaparecido por lo que la cúspide estaba truncada y presentaba una pequeña explanada.[39] Esta pirámide tenía una base de 900 metros y 173 metros el plano inclinado. Entre dos pirámides estaba la esfinge semienterrada, de granito, enlucida por piedras pequeñas, lisas y pulidas que representa a una leona con cara y pechos de mujer, acostada sobre una base. Pedro sabía que había una abertura en uno de sus lados donde accedía a las galerías subterráneas donde estaban los sarcófagos.
El ascenso a la gran pirámide estaba muy bien organizada por los beduinos, con rellanos para descanso y agua, debido al buen número de viajeros que lo realizaba. Además eran excelentes observadores e inteligentes y sabían reconocer las nacionalidades de sus clientes por la fisonomía física o sus lenguas. Los preferidos eran los ingleses por las larguezas en las propinas. Los beduinos habitantes de los poblados cercanos se ofrecían a ayudar a escalar por una propina. La subida era rapidísima, uno empujaba y otro jalaba, prácticamente alzaban al viajero, había ya rellanos establecidos para descansar donde los beduinos frotaban las piernas de los extranjeros para darles agilidad. Cerca iba un niño subiendo con un cántaro de agua para ofrecerla al viajero, apenas lo solicitara. Estos beduinos iban ascendiendo invocando a su Dios, Ala. Al llegar a la cumbre todos celebraban con alegría, para entusiasmar al viajero. No le sorprendió el paisaje visto desde la cima, solo desierto, algún minarete y palmeras. Permaneció un cuarto de hora en la cima. Según la viajera Lane, el ascenso a la gran pirámide no era peligroso, pero si tedioso. Parte de la experiencia ofrecida por los beduinos, consistía en grabar el nombre del viajero en las piedras más altas de la pirámide con una navaja o con carbones.[40] La bajada fue más difícil que el ascenso, y ahí es cuando los beduinos exigieron un buen pago por hacerlo, pero Pedro no se dejó robar y decidió hacerlo solo, dando saltos. Otros viajeros se enfrentaban a ellos hasta con revólveres y otros entregaban lo que solicitaban para poder bajar.
También entró con otros viajeros al interior de la pirámide, iluminándose con velas. Los beduinos ayudaban en esta tarea, pues las piedras lisas provocaban resbalones, a pesar de las pequeñas gradas que tenía provocadas por la erosión. Llegaron al cuarto inacabado y al cuarto de la reina. Después salieron y comieron el fiambre que trajeron el dragomán y dieron propina a todos los naturales que les ayudaron. Al regresar para el Cairo, se detuvieron en Gizeth entraron en un café donde bebieron este líquido y naranjas. A las tres y media de la tarde continuaron el regreso.[41]
Excursión a Saqqara
Pedro y otro viajero contrataron a borriqueros para que les guiaran en su excursión hacia Saqqara y sus antiguallas. Salieron a las siete de la mañana, seguidos de dos borriqueros, pues el trayecto era largo. Más tarde, se arrepintió de no haber contratado a un dragomán porque unos beduinos los amedrentaron en Serapeum de Saqqara. Llegaron al Cairo viejo, pasaron el Nilo y el pueblo de Gizeh; y a cuatro horas y media después de la salida del Cairo llegaron a unas llanuras muy pintorescas, desde donde tenían a la vista a las pirámides de Saqqara.[42]
Continuaron hacia Abusir y al salir de aquel pueblo se encontraron ante una pampa sembrada de pozos donde enterraban animales considerados sagrados y diez y ocho o veinte pequeñas pirámides, algunas inconclusas, hechas de piedras calcáreas o de ladrillo. De allí se fueron al templo de Serapis, cuyas paredes tenía plasmadas en dibujos la vida cotidiana egipcia antigua. Ahí almorzaron para luego dirigirse a las criptas o hipogeos subterráneos donde enterraban a los bueyes sagrados conocidos con el sobrenombre de Apis. A las cinco de la tarde volvieron a montar los burros y se encaminaron a Menfis donde no había nada que ver porque todo estaba destruido a excepción de una gigante estatua yaciente de Sesostris, de veinte varas de largo, lleno de nombres y fechas gravadas en ella por los viajeros.[43]
Hace un reclamo muy avanzado para la época de la mala manera de excavar de los investigadores:
“en donde hasta los hoyos abiertos por los arqueólogos en sus frecuentes excavaciones se confunden con los trabajos de la agricultura, y más que con una mira científica, parecen abiertos por la pala del labrador”.[44]
En el pueblo de Saqqara, pasaron la noche en un parador llamado la hospedería de Fernández y durmieron en la azotea, en un suelo cubierto de esteras. Había lugares peligrosos de visitar en Egipto, uno de ellos fue la pirámide de Saqqara, después de su excursión a la zona, aconsejó ir acompañado de dragomanes porque los beduinos merodeaban, amedrentando con su presencia a los viajeros y salía más caro dar dinero a cada uno de ellos que a solo uno, el dragomán, que controlaba la situación.
“Aconsejo a los futuros viajeros que no emprendan esta excursión sin ir escoltados por un dragomán, que conoce siempre a los beduinos se arregla fácilmente con ellos, da un aire respetable al viajero que acompaña, y le evita, sobre todo, la mortificación de tratar directamente con unos hombres que parecen abatirlo con la presencia de su larga carabina y de su par de pistolas”.[45]
Excursión fallida al pueblo de Suez
La construcción del canal de Suez empezó en 1859 y se terminó 10 años más tarde en 1869. Pedro partió del Cairo a Suez por ferrocarril en compañía de un barón alemán, hospedándose en un hotel cerca a la estación del poblado que tenía en aquel entonces unas mil quinientas personas. El ferrocarril llevaba diariamente del Cairo agua que la conducían en cajas de hierro, colocadas bajo los asientos de los pasajeros.[46] La población era taciturna y menos dispuesta a alternar y simpatizar con los europeos que en el Cairo o Alejandría. Una ciudad silenciosa y más íntima, comparada con las otras dos que conoció. Ahí, escuchó en la noche los aullidos de los dervises o sacerdotes hurleurs, quienes celebraban sus ritos, dando aullidos y los tourneurs, dando vueltas.
Suez era un lugar donde convergían viajeros y mercaderías de diferentes lugares, encontrándose productos procedentes de la China. En 1862, la visita al canal de Suez, en aquellos momentos, significaba atravesar el desierto a camello en compañía de beduinos por varios días. Al llegar, necesitaba una carta de recomendación dirigía al ing. Ferdinand de Lesseps para acceder a ver el trabajo, asimismo que debía tener algún entendimiento en ingeniería para admirarlo, finalmente, no encontró compañía interesada en emprender este viaje. Por todas estas razones, regresó al Cairo por tren.
CERCANO ORIENTE: JAFA, BEIRUT, CHIPRE, RODAS, ESMIRNA Y CONSTANTINOPLA.
Pedro partió del Cairo hacia Alejandría, en compañía del fotógrafo Gustave de Beaucorps, el más antiguo de sus compañeros de viaje en Oriente, para embarcarse en el vapor austriaco del Lloyd. El 2 de abril de 1862, Pedro salió de la bahía de Alejandría hacia Constantinopla, pero lo haría en ocho escalas, parando en Jafa, Caifa, Beirut, Chipre, Rodas, Esmirna y Constantinopla. El vapor si no hacia escalas llegaba al puerto final en tres días. Estos vapores de mensajería pasaban de dos a tres veces al mes, por eso quien los tomaba podía bajar y subir en cualquier puerto y quedarse, pues su pasaje era valedero por dos meses. Pedro tomó para esta ruta la compañía Lloyd austriaco que era la mayor empresa naviera austrohúngara fundada en 1833, y dejó los vapores franceses de las Mesageries que utilizó de Malta a Alejandría. Pagó 332 francos por un pasaje de primera clase.
Ese era su plan inicial que al cabo de un tiempo resulto ineficaz. Pedro se quedó dos días en Esmirna, algunas horas en las islas de Chipre y Rodas, ocho días en Damasco y veinte en Constantinopla. En total estuvo en el Cercano Oriente incluyendo los días que estuvo a bordo del barco de vapor, cuarenta y tres días, es decir, un mes y medio.
Pedro trato de ir a Jerusalén y pudo hacerlo porque su compañero de camarote del vapor de Alejandría a Constantinopla se lo propuso, pero no se atrevió porque consideró al norteamericano no muy fiable. Pedro tomaba sus precauciones y no se lanzaba al vacío. Además había ya historias de robos y muertes de viajeros en la zona de Jerusalén.
“Hizo varios esfuerzos por persuadirme a que lo acompañara; y habríalo conseguido, porque mi única razón para no entrar en Tierra Santa, era no tener quien me ayudara a disminuir los gastos y peligros que esa excursión, la única de Oriente, ocasiona a los viajeros solitarios; más el aspecto de mi compañero y su modo de hablar, todo trascendía a loco; …no quise exponerme a morir estrangulado” [47]
Pedro tomaba decisiones en el camino, según la coyuntura, de los lugares que no había trazado de antemano. Todos los viajeros sabían que la Ciudad Santa de Jerusalén, el Jordán y el mar Muerto eran los lugares más inaccesibles de Oriente y tenían una tradición antigua de ser lugares peligrosos de ir por los asaltos y pagos de impuestos que exigían los otomanos para entrar a los lugares santos.[48] Además era carísimo si iba solo y tenía que asumir la capitanía, necesitaba escolta de soldados turcos y dragomanes, cocineros, arrieros y tienda de campaña, pagar impuestos a las autoridades, limosnas a los religiosos y extorsiones a los bandidos, así como sortear los peligros que sucedieran en el camino. También, no sabía el tiempo que le tomaría hacer la ruta cristiana. Decidió no ir a Jerusalén; sin embargo, todos le indicaban que se arrepentiría de no haberlo hecho:
“Mas todos convenían en que era muy chocante haber venido desde el Perú hasta Jaffa y no visitar Jerusalén. Ése será el desconsuelo de la vejez de usted», me decían”.[49]
Finalmente, fue con el fotógrafo Gustave Beaucorps, invitados a formar parte de una caravana a Damasco por un príncipe de la isla de Rugen en el mar Báltico, un pasajero del barco. Siguió la comitiva del príncipe principalmente por la seguridad. No cabía duda que los viajeros tenían miedo del Cercano Oriente que estaba en manos de los turcos otomanos. Su amigo el fotógrafo que también temía ir solo, lo convenció que se uniera al grupo y olvidara la Ciudad Santa, por lo peligroso que resultaba ir sin la debida compañía.
“Véngase usted conmigo, me decía, y a lo menos conocerá una ciudad de Siria, y para acabar de persuadirme, fingía espeluznarse de mi compañero de camarote, asegurándome que no desearía verse solo con él en un paraje solitario”.[50]
El barco de vapor estuvo algunas horas por el puerto Jaffa y más tarde visualizaron el Monte Carmelo y San Juan de Acre. El quinto día, llegaron al puerto de Beirut. Pedro y sus amigos de viaje trataron de salir por la noche, pero la oscuridad del lugar, les obligó a regresar al hotel. Recelo de los viajeros occidentales en tierra de turcos. El octavo día salieron desde Beirut para Damasco. La caravana del príncipe traía cocinero, tienda de campaña, mukras (arrieros) y todo lo necesario para que no tuvieran que hospedarse en los alojamientos de los pueblos que pasaban. Un camino difícil a realizar. El grupo dejaban el paisaje de pinos del litoral para ir a las zonas montañosas. A dos días de camino de Beirut dieron con Damasco, una ciudad dividida por el río Baradá cuyas aguas eran conducidas a los campos, a las pilas en las calles y a las fuentes de las casas. Impresionó el buen uso de la aguas del río.
Damasco fue la más oriental de las ciudades que conoció, sin mucha influencia europea, a tal punto que no había ni ferrocarriles, carruajes, ni agentes extranjeros. Toda comunicación escrita y de información pública estaba en árabe. Solo encontraron una casa griega donde se alojaron, donde conoció al doctor italiano Alejandro Medana, uno de los pocos europeos en Damasco desde hacía seis años, rápidamente entablaron amistad y enterado de su vida le vaticinó lo siguiente: “Y después de todo esto, volverá usted al Perú... ¡a plantar coles!”.[51]
Esta ciudad siria era silenciosa y los damasquinos vivían en quietud, no tomando en cuenta a los extranjeros, tenía 150.000 personas. Las mujeres caminaban bastante erguidas como en Egipto, vestidas con mantos blancos y la cara cubierta. Casi no había residentes europeos y los pocos que encontraron eran los peregrinos que venían de Jerusalén o Beirut y estaban de tránsito. Esta ciudad no recibía bien a los extranjeros, principalmente al europeo, incluso dos años antes en 1860, una guerra civil religiosa sacudió Siria, que terminó en una matanza de cristianos en Damasco. El fanatismo religioso era una de las características de esta ciudad.[52]
“El barrio o cuartel de los cristianos, que por esa circunstancia era una de las más recientes y sangrientas curiosidades de Damasco, sólo presentaba un laberinto de paredes, destechadas y en parte calcinadas, porque el fuego había sido empleado en la gran hecatombe”.[53]
Sin embargo, Europa había reaccionado imponiendo una ocupación militar a la ciudad de Damasco, después de la matanza.[54]
“Impuestos, tributos, exacciones, embargos, penas corporales, todos los males juntos oprimían al pueblo de Damasco, urgido sin misericordia por sus propias autoridades, que ya creían oír tronar a sus espaldas los cañones de la Europa vengativa”.[55]
Pedro fue testigo de la salida de una caravana de gente a pie o en camello, hacia la Meca, durante todo un día, seguidos por los santones tan comunes en Oriente. El príncipe y su comitiva regresaron cargados de compras, mientras que Pedro y Gustave Beucoup regresaron a Beirut más tarde y les tomó tres días, cruzando el monte Líbano, en medio de una borrasca, con ventarrón, lluvia, y granizo, llegaron a un pueblo llamado Meshdel y se refugiaron en una casucha donde residían un ingeniero francés con sus empleados que construían, entonces, la carretera de Beirut a Damasco. Al día siguiente salieron por la mañana, en pleno ventarrón, siguiendo la llanura encajonada entre el Líbano y el Antilibano, que descendía hacia Beirut. A hora y media se detuvieron en un tambo llamado Celesiria donde comieron. Más tarde, en Merj, otro pueblo se refugiaron en la casa de un pastor, pagando por la comida y hospedaje. La pareja llegó a las puertas del hotel de Beirut a las cuatro de la tarde del 19 de abril de 1862. Al día siguiente, el barco partió a Chipre adonde llegó el 21. La mayoría de los habitantes de la isla eran griegos y el resto turcos y judíos, quienes estaban dispersos en todas partes de Oriente. Bebió su famoso vino, que ya lo había catado en Venecia y en Beirut.[56] Después de un día y medio llegó a Rodas, lo consideró más interesante que Chipre, pues tenía antiguas almenas y fortificaciones. Recorrieron la calle principal llamada de los Caballeros. El barco paso por el Archipiélago Esporadas y vieron la isla de Cos, la de Samos y la de Patmos, llegando a Esmirna, el 24 de abril a las diez de la mañana, donde permaneció dos días para zarpar la tarde del 26, admirando desde el barco el castillo de Esrmirna. El vapor llegó a las diez y media de la noche a Mitilene, nombre antiguo de la capital de la isla de Lesbos. Al amanecer se detuvieron unos instantes en el Cabo Baba y a las siete y media de la mañana fondearon en la isla de Ténedos, distante unos siete kilómetros del continente. Dejaron atrás la isla de Imbros y la de Samotracio. Finalmente, el vapor entró al estrecho de Dardanelos, antiguo Helesponto. Por la tarde, vieron a Galípoli y la entrada del mar de Mármara.
CONSTANTINOPLA
La madrugada del 28 de abril de 1862, Pedro llegó a Constantinopla donde permaneció veinte días y salió de ella el 14 de mayo de 1862. Menciona que para conocer la ciudad utilizó un guía de viajes. Entre ellos destaca el de John Murray, A Handbook for Travellers in Turkey: Describing Constantinople, European, publicado en 1851, en donde se encuentran excursiones a realizar en diferentes días. Y algunas de las propuestas, las vemos reflejadas en el recorrido de Pedro por Constantinopla. Las excursiones realizadas por Pedro fueron populares y concurridos en su día, por la sociedad turca y los extranjeros, y que en la actualidad han caído en el olvido como los paseos por Aguas Dulces de Europa y Asia. Otras se mantienen como el clásico paseo por el casco antiguo en el Serrallo.
Las primeras excursiones por Constantinopla lo realizó en los alrededores del hotel Bizancio donde se instaló, indudablemente, estaba en la Pera, designación asignada al barrio o arrabal de los europeos desde la Edad Medieval. Esta zona europea tenía teatros, hoteles, cafés y calles alumbrados con gas. Había tres puentes que atravesaban el estrecho del Cuerno del Oro y la acercaba al casco antiguo. Cerca estaba la torre Gálata, construida de piedra en la época medieval por los genoveses, famosa por las hermosas vistas panorámicas de la ciudad. Durante el primer día, paseó por la calle principal del barrio europeo, visitó la torre, los cementerios turcos urbanos y por la noche fue al teatro de la Pera, cerca de su hotel.
El casco antiguo de Estambul
Varios edificios históricos, romanos, bizantinos y musulmanes están aún concentrados en la punta de Serrallo. La visita a las mezquitas requería el permiso especial del sultán y para ello se reunían varios turistas procedentes de muchos hoteles para obtener el pase. Un grupo de diez y seis viajeros reclutados de los hoteles salieron precedidos por un porta-firmas, embarcaron desde la zona europea, para cruzar el Cuerno de Oro, estuario a la entrada del estrecho de Bósforo a la punta del Serrallo donde estaba un hermoso jardín de un palacio de sultán, llamado actualmente Topkapi.[57] Antes de entrar a palacio tenían que descalzarse, había kioscos y miradores desde donde observar el mar de Mármara y el estrecho de Bósforo. Visitó la biblioteca, la sala del trono, estanque de peces, jardines, alacenas cuyas puertas estaban enconchadas con nácar. Cada viajero podía ir acompañado de un guía o cicerone que le explicaba.
Luego se dirigieron al Gran Bazar de Constantinopla que era grande, pero su contenido no le impresionó, pues ya había visto otros en Cairo, Damasco y Esmirna; sin contar los bazares secundarios, pero no menos curiosos de Suez, Alejandría, Tantah, Beirut, etc. En el Gran Bazar, le llamó la atención que el tabaco Latakié, típico en Egipto y Siria, ni siquiera lo conocieran en el bazar de Constantinopla. Una cosa que notó era que los turcos no sabían hablar ni un poco otros idiomas, como en Egipto. No sabía si era por orgullo nacional. Según Pedro, los comerciantes turcos se acercaban a él y le preguntaban en turco y él replicaba en francés o italiano. En cambio en Egipto, toda la población sabía algo de los idiomas europeos para comunicarse, los borriqueros, las vendedoras de frutas…
Continuaron con la Armería y el Hipódromo romano, convertida en plaza, donde aún se encuentra el obelisco egipcio de Teodosio, el obelisco de Constantino y la Columna Serpentina de Delfos. Visitó la casa de la moneda o ceca imperial y, cerca de ella, algunos sitios que albergaban antiguallas, la iglesia de Santa Irene que hacía de Museo de Artillería y la mezquita del Sultán Akmed o popularmente llamada “azul”. También visitó el museo de los Jenízaros (la guardia personal del sultán), la Cisterna de las mil y una columnas ( hoy conocida como Cisterna Basílica) que eran bóvedas subterráneas sostenidas por pilastras gruesas con capitel donde almacenaban agua, que aquel entonces lo utilizaban y ocupaban los tejedores. Finalmente, llegó a la mezquita de Santa Sofía. Por la tarde de aquel día, recorrió a caballo las antiguas murallas de Constantinopla desde donde visualizó el mar o los cipreses, según el ángulo en el que estaba.
Otro atractivo turístico de aquel entonces era ver salir al sultán de su palacio para recorrer las mezquitas. Ver al sultán ataviado con su distinciones, era un espectáculo que el pueblo y, también, los viajeros querían presenciar. Aquel día fue testigo de una ceremonia de dervises. Se dividen en tourneurs y hurleurs. La función que asistió era de tourneurs, que era la más frecuente. Se trataba de un verdadero espectáculo donde se ingresaba sin calzado ni paraguas que se dejaba bajo responsabilidad del portero. Ante un presbítero anciano sentado a la turca, los dervises empezaron a dar vueltas con las manos en cruz y la cabeza inclinada. Sus vestidos se abrían en forma amplia, girando lentamente sin parar. A veces cantaban con voz suave, pero había otros que en coro cantaban en una galería superior. Al terminar, cada uno besaba la mano del presbítero sentado, colocándose en fila, atrás de él.[58] Los tourneurs trasmitían paz, contrario a los aulladores que eran frenesí, algunos rotaban y otros solo gritaban en desorden y confusión.
Otra de las actividades que experimentó fueron los baños de Oriente, las más elegantes que conoció fueron los de Damasco, por su fina arquitectura, los enlucidos de mármoles de colores y las fuentes, siguieron los de Constantinopla y finalmente los de Egipto. [59] Pagaban más los extranjeros que los naturales del país por el mismo servicio.
Paseo por las aguas dulces de Europa
Pedro y un comerciante alemán que conoció en su hotel realizaron uno de los más concurridos paseos de aquella época, el llamado Agua dulce de Europa que era una pradera de media legua de largo, con sicomoros, cipreses, olmos, bañado por el Barbyzes que se había aprisionado en largo canal en línea recta, cuyas orillas se hallaban revestidas con piedra de sillería. (BORRERO, 1869:175). En este lugar estaba un palacio del sultán Ahmed III. Este parque era muy concurrido en los días de fiesta, los viernes para los turcos, los sábados para los judíos y los domingos para los cristianos y ortodoxos. Generalmente, los flancos del Barbyzes estaban llenos de musulmanes de ambos sexos que paseaban por el lugar. Se cerraba al público cuando el sultán estaba en su palacio. En el puerto de Constantinopla, desembocaban dos ríos que llevan el nombre de Aguas Dulces, Cydaris y Barbyzes. Los dos valles donde corrían estos dos ríos pequeños eran muy estrechos[60]. Pedro recorrió el río Barbyzes de Constantinopla en un caiq o caique, embarcación especial del Bósforo.
Buyuk-Deré y el monte del Gigante
El 4 de mayo de 1862, Pedro salió del hotel hacia Buyuk-Deré, un pueblo a orillas del Bósforo, cerca de la desembocadura del canal en el mar Negro. Desde ese lugar podían apreciar el estrecho del Bósforo. Acompañado de un viajero prusiano para reducir gastos y evitar peligros, tomaron un caiq, embarcación típica, llegando a las dos horas y media. El transporte fluvial desde Estambul a estas rutas, al ser muy concurridas por lugareños y extranjeros, tenían generalmente un horario establecido según época del año, los que las incumplían se exponían a dificultades que era solo responsabilidad del viajero, como no encontrar donde albergarse al no poder regresar a destino. Al llegar a Buyuk-Deré decidieron quedarse y seguir la excursión a la aldea de Belgrado, convenciendo Pedro a su amigo que los viajes improvisados eran los mejores.
“La excursión a la selva de Belgrado, como todas las que son famosas entre los viajeros, está sujeta a reglas determinadas, y se debe hacer en tal época, a tal hora, por tal camino etc., estas reglas que el buen viajero sigue al pie de la letra, viéndose en apuros cuando por culpa suya o del dragomán las quebranta”.[61]
En cualquier lugar, un viajero podía alquilar un caballo para pasear, y eso iba incluido ir acompañado del dueño. El precio se transaba y se regateaba. De esta manera, sin proyectarlo, alquilaron caballos para ir al pueblo de Belgrado, cruzaron un acueducto, una tupida selva a canto de ruiseñores y luciérnagas.[62] Al llegar, merendaron, queso, pan y huevos en una especie de mesón. Resolvieron montar a caballo y regresar rápidamente, pues en aquella selva pululaban los ladrones por las noches, según el arriero de las mulas. Al no poder regresar a Estambul por falta de transporte, durmió en un hotel en Buyuk-Deré en un cuarto que daba de lleno al estrecho del Bósforo y a sus garitas a modo de faros que vigilaban que no circularan barcos por la noche.
Desde Buyuk-Deré, otra excursión daba inicio hacia el monte de los Gigantes que estaba en el otro lado del Bósforo. Este lugar era recomendado por sus vistas en los libros de viajes, y por lo tanto un sitio concurrido por los viajeros extranjeros. Contrato un caiq que lo llevara y le sirviera de guía. En el monte de Gigantes no había más que un convento turco donde había un sepulcro, se dirigió a un pueblo donde despachó a su guía, abonándole 25 piastras. Regresó en vapor a uno de los puentes de barcas que unían la Pera con Estambul en solo hora y media.[63]
Scutari (Üsküdar), al lado asiático de Estambul
Pedro continúo con sus paseos a lo largo del estrecho del Bósforo, pero esta vez por la parte asiática, a Üsküdar, situado al frente de Constantinopla en la costa del Asia, a ver a los dervises hurleurs o aulladores. Este paseo estaba conectado con el paseo de las Aguas Dulces de Asia que realizó otro día.[64] El y su cicerone fueron al puerto Eminönü y tomaron un caiq de dos remos que les llevó a Üsküdar en tres cuartos de hora. En el mismo desembarcadero encontraron caballos y alquiló dos. Fueron al famoso monte Burgulú (actual monte Uskudar) por sus vistas y sus atardeceres, y en su cima encontró varias fuentecillas de mármol entre ellas una, que suministraba la mejor agua de Constantinopla. Emprendió el ascenso de este monte por consejo del manual del viajero que llevaba: “el panorama que se descubre es indudablemente magnífico y nadie podrá arrepentirse de hacer la excursión”.[65] Su mukra o guía quiso llevarle a visitar el Kadıköy o Calcedón, un distrito de la moderna Estambul, es el nombre de la antigua Calcedonia, pero no fue porque quería ir a ver a los hurleurs. Para llegar allí tenían que pasar el Gran Cementerio de Scutari, (Cementerio de Karacaahmet), el mayor camposanto musulmán en el Oriente, hasta llegar a un convento. Vio una ceremonia en el que un santón tocaba, soplaba, bendecía, hasta pisaba a los feligreses. Cerca de este lugar estaba el cuartel Selimiye del ejército otomano que se convirtió en hospital británico durante la guerra de Crimea (1853 y 1856) donde trabajo Florence Nightingale y que hoy en día es un museo. Una guerra que terminó a solo seis años de la visita de Pedro a Turquía y que facilitó un poco la visita de católicos a los lugares santos de la zona de Palestina en poder de los otomanos.[66]
Paseo alrededor de las murallas de Bizancio: las aguas dulces de Asia menor
Este paseo era de los más populares y recomendados a mediados del siglo XIX, Pedro con un comerciante prusiano, y un guía judío salieron hacia las murallas, tomaron un caiq de dos remos, dirigiéndose hacia la Punta de las Siete torres. Pasearon por el mar de Mármara a mediodía, luego hicieron el paseo del Agua Dulce de Asia, el favorito del pueblo turco donde estaban los grandes cementerios y los familiares compartían con los difuntos su día, en silencio, extendiendo alfombras sobre las lapidas donde almorzaban y tomaban siesta. Había música y danza en algunas zonas del cementerio. Pedro fue testigo que algunos turcos no veían bien que extranjeros se inmiscuyeran en costumbres populares tan íntimas, respondiendo a veces con agresividad. Atravesaron el pueblo de Eyoub, cabalgando rocines, y continuaron el paseo en los alrededores de Constantinopla.
Las aguas dulces de Asia eran tan frecuentadas como las de Europa y presentaban el mismo aspecto animado, pero menos extenso.[67] Situado cerca del castillo de Asia (Anadolou-Hizari o Anatoli Hissar) en la orilla del Bosforo, este paseo atravesaba una pradera bañada por dos riachuelos que terminaba cerca al pueblo de Küçüksu y su palacio, a orillas del estrecho de Bosforo.[68] Una fuente de marmol blanco o la fuente de las Aguas Dulces, eregida en 1860, ameniza al lugar que era usada como zona de picnic por el pueblo. Parte de esta excursión se encuentra reflejado en el libro de John Murray, A Handbook for Travellers in Turkey: Describing Constantinople, European:
“Desde las Siete Torres puedes ir a la mezquita del jefe de los establos….En la puerta de Narli Kapu te embarcas para poder observar la ciudad, sus murallas y torres desde el mar de Marmara”.[69]
Documentación, los drogomanes y otras particularidades en Turquía
Pedro viajaba sin tener un consulado que lo respaldara. A veces se acercaban representantes plenipotenciarios de España, apenas llegaba el vapor a puerto, pero sabía que no era europeo y tenía que obviarlos y aventurarse a su nuevo destino solo, como había hecho en Alejandría, Damasco y tantas otras ciudades de Oriente. “Estas ventajas consulares para el súbdito europeo en Oriente no siendo esta última mi condición nacional, juzgue irregular mi presentación en el consulado de España”.[70] Aunque en Egipto, el vice cónsul español ofreció ayudarlo ante cualquier eventualidad, sin embargo se sabía que la oficina más solícita en proteger todos los intereses latinos en Oriente era el consulado de Francia.
En la aduana de Turquía registraron el equipaje, mirando con recelo los libros de otros idiomas, y pasaban en alto sus compras, abanicos, dijes, shibuks (pipas de fumar), pañuelos, realizadas en Cairo, Suez y Damasco. La costumbre era pagar propinas por todo. No cabe duda que viajó por el Oriente en una época de instabilidad política, religiosa apenas unos años antes se habían producido matanzas a cristianos en Damasco y no hacía mucho había acabado la guerra de Crimea, una de cuyas causas fue el enfrentamiento de religiones. El autor enfatiza que no había llevado arma alguna en su viaje al Oriente y lo advierte a su público: “Es de advertir que en tan largo y solitario viaje nunca llevé conmigo un arma, ni de fuego, ni blanca”.[71]
En cuanto a los medios de trasporte usados en este tramo tenemos al barco de vapor austriaco, caballos y los caiques. En una de las paradas del barco, aprovecho para desplazarse de Beirut a Damasco donde fue en grupo, utilizando bestias de alquiler y sus arrieros por dos días, durmiendo en una tienda de campaña. Es interesante indicar que los mukras o arrieros eran peones de mulas que seguían a pie a los viajeros a quienes habían alquilado las cabalgaduras. La embarcación típica de Constantinopla era larga y navegaba a ras del agua, siendo conducidos por los caiqueros que llevaban unos remos cortos en forma más redonda que plana. El caiq o caique unía el Cuerno de Oro (zona turca donde vivían los extranjeros pudientes) a Buyuk-Deré (zona veraniega de embajadores y extranjeros) en dos horas y media, lo que hacía un barco de vapor en dos horas. También, el caique navegaba por todo el estrecho de Bósforo, conectando Europa con Asia y permitía llegar al monte del Gigante.[72] Por la noche se suspendía todo tipo de la navegación, incluso el caique, en el estrecho que unía el mar de Mármara al Negro, para evitar los contrabandos. El estrecho tenía garitas a modo de faros que emitían luces de colores rojo y verde, tintineando por la noche.
En cuanto al hospedaje en Beirut estuvo en el hotel de Bellevue por una noche. En el trayecto que realizó de Beirut a Damasco, los viajeros podían usar como hospedaje: tiendas de campaña, casas de pastores, jan o tambos que ofrecían comida y hospedaje. En Damasco se hospedaron en la fonda Locanda, propiedad de un griego. Finalmente, en Constantinopla estuvo en el hotel de Byzance y en el balneario de Buyuk-Deré estuvo hospedado en el hotel Luna, desde donde apreció el golfo, una de las partes más anchas del estrecho del Bósforo.
Los dragomanes y mukras turcos
Pedro salía acompañado de un dragomán, cicerone o guía a visitar Damasco y Constantinopla. A veces a lugares que los cicerones proponían y, otras veces, a lugares que él deseaba. Una de sus funciones era encontrar viajeros solitarios para compartir gastos. En una ciudad oriental con ausencia de viajeros extranjeros, como Damasco, tuvieron que contratar al único guía de europeos que había que era el judío Ibrahim que pretendía hablar italiano, pero tan mal que solo lo podían entender con señas. Mientras que en Constantinopla había tantos dragomanes que competían entre ellos para captar a un viajero. Los más rápidos, eficientes y seguros de sí mismos triunfaban. Apenas se detenía el vapor en el puerto, los dragomanes iban rápido en busca de pasajeros, escalando los barcos que traían a los viajeros, presentándoles tarjetas y certificados de clientes satisfechos para convencerlos. Un dragomán por cliente, para conducirlo a un hotel, para que sirviese de cargador de equipaje, orientación, guía o para lo que deseara el cliente. Muchos jaladores pululaban entre los viajeros tratando de convencer a sus clientes para ir a sus respectivos hoteles. El mukra era el arriero o dueño de los caballos que seguía a pie como era costumbre en Turquía. Pedro contrataba cicerones muchas veces para no ir solo a los lugares que visitaba para sentirse más seguro, incluso tenía que pagar los caballos y transporte de los cicerones como en Skutari.
En Turquía fue testigo de agresividad de algunos turcos a los viajeros europeos. La primera vez fue en las ruinas del hipódromo romano cerca de Hagia Sofia. Una chica tiró una piedra a un grupo de dieciséis visitantes de las antigüedades de Constantinopla. El segundo incidente se produjo cuando Pedro y un amigo caminaban en un cementerio turco durante un día de fiesta. Los soldados turcos fueron tras el mukra que seguía a Pedro y a su compañero quienes habían alquilado sus caballos. El arriero se debatía entre los soldados. Parecía que no estaba bien que el mukra ingresase a los extranjeros a una festividad de los turcos.[73]
Los guías turcos podían ser muy caros, por el idioma, por la limpieza y buen porte, por el conocimiento que tuvieran de los sitios adonde iban. Teniendo en cuenta que generalmente, un turco era incapaz de hablar otro idioma que el suyo. Sin embargo, eso no representaba un impedimento para Pedro, pues los dragomanes servían principalmente para facilitar el viaje, la compañía y para guiarle geográficamente. Pedro contrató para ir a Skutari, cerca de Constantinopla, un pueblo donde había dervises aulladores a un judío que ofreció sus servicios de guiado en la puerta del hotel. Pasó por alto su aspecto harapiento y su mala facha, porque cuando un viajero había preparado un viaje con sus libros y sus planos, no buscaba en el guía sino un intermediario para abreviar rodeos y para simplificar transacciones. Había guías caros y de lujo, pero “no son buenos sino para esos señores inválidos de cuerpo como de espíritu, y tan ricos que sólo viajan por seguir la moda”.[74]
Conclusiones
A pocos años de la apertura del canal de Suez, el turismo en el Cercano Oriente era muy dinámico y los bienes y servicios ofrecidos cumplían con las expectativas de los viajeros fuesen culturales o de paso en el caso de los comerciantes y burócratas que estuviesen de tránsito. Según las guías de viajes de Wilkinson y Murray, los viajeros podían encontrar guías, restaurantes, alojamientos, remeros, vigilantes, tiendas de campaña, cocineros, bancos y otros servicios. Sin embargo, las excursiones que no estaban cerca de los medios de transporte, trenes, barcos de vapor, ciudades importantes que conectaran Asia a Europa eran caros. La revolución industrial había acelerado los viajes a través de los barcos a vapor de mensajerías francesas y austriacas que realizaban periódicamente el recorrido oriental de Malta, Alejandría a Estambul. Este medio de transporte tenía escalas abiertas por dos meses, que permitía a los viajeros descender en algunos puntos e internarse a Jerusalén o Damasco y luego retomar el viaje a destino.
La beligerancia religiosa había sido una de las causas de la guerra de Crimea de 1853 a 1855 y que tenía aún convulsa la zona, con enfrentamientos entre ortodoxos, católicos, drusos y musulmanes. Los viajeros sabían lo peligroso que era movilizarse hacia Tierra Santa. La casualidad hizo que conociese Damasco. Una ruta que no pensó realizar sino que se ofreció la oportunidad al conocer gente en el vapor que iría por lo que se sumó al viaje. Pedro era muy joven solo 22 años y sus compañeros de viaje se sorprendían que hubiese emprendido ese viaje solo a tan corta edad a una zona considerada nada segura por los robos, asesinatos y los periódicos enfrentamientos entre musulmanes y cristianos.
Indudablemente, muchas rutas de viaje en Egipto y Constantinopla estaban ya establecidas y trazadas en varias guías de viajes como la de John Murray, por citar un ejemplo, y por supuesto los viajeros seguían las diversas excursiones sugeridas solos o acompaños por dragomanes, borriqueros, arrieros, etc. Los servicios de alquiler de caballos, escoltados por un guía estaban por doquier y al alcance de cualquiera en muchos lugares de afluencia de viajeros que le permitía adentrarse y conocer. También embarcaciones o caiques para llevarlo a distintos puntos durante el día en Constantinopla. Fácil era desplazarse y conocer. Existía hostelería variada en el Oriente, no solo hoteles, sino fondas e incluso casuchas que ofrecían abrigo y comida a una interesante afluencia de viajeros que iban a conocer el patrimonio cultural del Oriente, atraídos por su exotismo y el Romanticismo de la época.
Habría que tener presente que Pedro realizó un viaje rápido por el Oriente, de dos meses y medio, sin mucho presupuesto y con un corto tiempo de permanencia, compraba libros y algunos recuerdos, lo suficiente para poder desplazarse entre las ciudades. Viajaba en primera clase y a veces, para experimentar en segunda. Se albergó en todo tipo de alojamiento desde hoteles de lujo a fondas, tambos y tiendas de campaña. Hacia sus excursiones acompañado con guías, y si podía con otros viajeros para compartir gastos y ahuyentar peligros. Evidentemente en su paso encontró intelectuales, artistas, pintores, fotógrafos, algunos alcanzaron posteriormente renombre y fama, pero también se topó con reyes, príncipes, religiosos, burócratas, militares, estudiantes y, sobre todo comerciantes, que eran la mayoría. Sus recurrentes compañeras de viaje fueron la soledad del viajero solitario y la añoranza que sentía por su patria y su gente, que en cierta forma compensaba por la emoción de cumplir con un sueño largamente añorado de conocer en persona el mundo oriental.
En 1862, según Pedro existía una pobreza de verdaderos viajeros culturales, exceptuando algún artista que encontró a su paso. Los viajeros habituales eran militares, burócratas, estudiantes y principalmente comerciantes, algunos de los cuales pudo convencer, para realizar alguna excursión guiada por un dragomán. Antes de la apertura del Canal de Suez en 1869, Egipto era un lugar donde hacían escala forzosa los comerciantes, burócratas, militares que iban a Extremo Oriente para ocupar cargos en las colonias inglesas o francesas y otros que regresaban jubilados después de largos años de trabajo en las colonias. Muchos aprovechaban la oportunidad para internarse en el Egipto faraónico para conocer los sitios emblemáticos cerca al Cairo, como las mezquitas, Menfis, las pirámides de Gizeth y Saqqara. Algunos de estos eran “commis voyageur” o comerciantes viajeros que accedían a conocer los sitios culturales, más por la novedad o moda que por curiosidad intelectual, al punto que podía significar para alguno de ellos una pérdida de tiempo y de dinero. Estos eran los viajeros más abundantes en el Cercano Oriente que Pedro encontró.
Los viajeros ingleses en Egipto eran los más pródigos en sus gastos y no regateaban en precios, por lo que eran bien considerados entre los naturales. Pocos viajeros españoles y menos latinoamericanos llegaban a las pirámides, así los beduinos que ayudaban a los viajeros a subir las pirámides, sabían algunos vocablos de inglés y francés, pero casi nada del español. El Cairo era zona de encuentro internacional donde conoció a viajeros franceses, ingleses, alemanes, italianos, suecos, rusos y griegos, algunos de los cuales fueron compañeros de excursiones y con otros entabló amistad.
Una constante en este viaje fue la nostalgia que le generaba el recuerdo de su país, el Perú. Muchas cosas le sabían al Perú, los desiertos, valles egipcios y el polvoriento camino de Beirut a Damasco que le recordaba los de la costa peruana. Las pirámides egipcias le resonaban a las huacas de adobe precolombinas peruanas desparramadas como centinelas de prósperos años pasados, así también las celosías de las ventanas del Cairo, tan característico de su Lima colonial y el gobernante egipcio Mehemet Ali un gobernante que equiparaba a uno peruano, llamado Ramón Castilla. Los darvises heuliers en el pueblo de Suez le recordaban a los aullidos de los lobos marinos de las islas guaneras cerca de Lambayeque. El pueblo de Buyuk-Deré de Constantinopla le parecía el balneario limeño de Chorrillos. También, semejaba el paseo semanal turco a los cementerios, al anual limeño a los Amancaes. Sin embargo, Pedro al tener una educación occidental clásica, no supo identificar que en el mundo andino se practicaba el culto a los muertos, tal como presenció en Constantinopla en los cementerios citadinos en la ciudad.
Bibliografia
Álvarez de la Rosa, Antonio. Literatura y erotismo en el gran viaje de Flaubert. Revista de Filología de la Universidad de La Laguna, 17 (1999): 77-83.
Arroyo Medina, Poder. Tiempo, historia y violencia social: el caso del Líbano. Madrid: Universidad Complutense de Madrid. 2004.
Berneron-Couvenhes, Marie-Françoise. Les messageries maritimes: l'essor d'une grande compagnie de navigation française, 1851-1894. Paris: Presses Paris Sorbonne. 2007.
Borrero, Filomeno. Recuerdos de viajes en América, Europa, Asia y África en los años de 1865- 1867. Bogotá: Imprenta Ortiz Malo. 1869.
Castro Molina, F.J. “Nosocomios higienistas: el caso Florence Nightingale”, Cultura de los Cuidados, año XVII, 36 (2013): 96-105.
Cerchiello, Gaetano. “Turismo de eventos: los cruceros españoles en la inauguración del canal de Suez de 1869”, Cuadernos de Turismo, Universidad de Murcia 35 (2015): 95-115.
Domínguez Monedero, Adolfo. “El viaje a Egipto, entre el discurso orientalista y el conocimiento científico”, Supplementa ad Isimu Estudios Interdisciplinares sobre Oriente Antiguo y Egipto, Serie II, V.I (2001):183-196.
Escobar, Ángel Clemente. “Viaje al paraíso perdido: metamorfosis del viaje a Damasco”. Ángulo Recto. Revista de estudios sobre la ciudad como espacio plural, vol. 3, 1 (2011): 223-243.
Espala, Gregorio Andrés. Del Manzanares al Nilo y el Jordán. Madrid: Imprenta a cargo de Diego Valero. 1870.
Gil Paneque, Cristina. “El impacto de los descubrimientos egipcios en las corrientes de pensamiento del siglo XIX”, Supplementa ad Isimu Estudios Interdisciplinares sobre Oriente Antiguo y Egipto, Serie II, v I (2001): 337-346.
González Castaño, Juan. Recuerdos de viaje, de París a Constantinopla. Murcia: Comunidad Autónoma de Murcia. 2005.
Guerrero, Francisco. Viaje a Jerusalén. Madrid: Editorial Vita Bremis. 2011.
Jouannin, Joseph Marie. Historia de Turquía. Barcelona: Imprenta del guardia personal. 1840.
Krejner, Jaime y Margarita Wolman-Krejner. Tierra Santa y el nuevo mundo durante el imperio otomano. Viaje a través de los testimonios de autores españoles, portugueses y latinoamericanos. Fundación Internacional Raoul Wallenberg. 2007.
Lane Pool, Sophia. The Englishwoman in Egypt Letters from Cairo. Philadelphia: G. B. ZIEBER & CO. 1845.
Laporte, Joseph de. El viajero universal o Noticia del mundo antiguo y nuevo. Madrid: imprenta de Vallalpando, V. 42, T.III. 1801.
Martín Asuero, Pablo. “El renacer de Alejandría en el siglo XIX a la luz de los observadores hispánicos”, Byzantion Nea Hellás, n° 32, (2013): 111-124.
Murray, John. A Handbook for Travellers in Turkey: Describing Constantinople European, Turkey Asia Minor, Armenia and Mesopotamia. London: John Murray Albemarle Street. 1854.
Nuzzolo, Massimiliano y Jaromír Krejčí. “Egypt and the Levant”. Austrian Academy of Sciences Press, Vol.27 (2017): 357-380.
Pagni, Andrea. “¿Orientalismos americanos? Lugares de traducción de Gertrudis Gómez de Avellaneda y de Andrés Bello”, TRANS, n° 12 dossier (2008): 43-50.
Paz Soldán y Unanue, Pedro. Memorias de un viajero peruano. Biblioteca virtual universal, 2003. https://www.biblioteca.org.ar/libros/92762.pdf.
Reclus, Elisée. The Earth and its Inhabitants, vol. 1. New York: D. Appleton and Company, 1883.
Robinson, George. Travels in Palestine and Syria, vol. 2. London: Henry Colburn. 1837.
Rupérez, Ignacio. “Oriente, Occidente y lady Hester Stanhope”, Los Cuadernos del Norte: Revista cultural de la Caja de Ahorros de Asturias, año 9, nº 49 (1988):96-98.
Savary, Claude Etienne. Letters on Egypt with a parallel between the manners of its inhabitants, the present state, the commerce, the agriculture and government of that country. London: Printed por J.J.G. and J. Robinson, Pater Noster Row. 1786.
Servet, José María. Recuerdos de viaje de Paris a Constantinopla. Murcia: Editorial Regional de Murcia. 2005.
Thauré, Marianne, Rérolle, Michel y Lebrun, Yves (éd.) Gustave de Beaucorps, 1825-1906 : calotypes « l'appel de l'Orient », 1858-1861. Poitiers: Art Conseil Elysées, Neuilly et les Musées de Saintes et de Poitiers. 1992.
Turner, Louis y Ash, John. Thomas Cook: El turismo y el beneficio del progreso humano, La horda dorada. El turismo internacional y la periferia del placer. Madrid: Endymion, (1991): 73-86.
[1] Louis Turner y John Ash, “Thomas Cook: El turismo y el beneficio del progreso humano”, La horda dorada. El turismo internacional y la periferia del placer (Madrid, Endymion, 1991): 73-86.
[2] Pablo Martín Asuero, “El renacer de Alejandría en el siglo xix a la luz de los observadores hispánicos”, Byzantion Nea Hellás, n° 32 (2013):112.
[3] Adolfo J. Domínguez Monedero, “El viaje a Egipto, entre el discurso orientalista y el conocimiento científico”, Supplementa ad Isimu Estudios Interdisciplinares sobre Oriente Antiguo y Egipto, Serie II, v.I (2001): 186
[4] Cristina Gil Paneque, “El impacto de los descubrimientos egipcios en las corrientes de pensamiento del siglo XIX”, Supplementa ad Isimu Estudios Interdisciplinares sobre Oriente Antiguo y Egipto, Serie II, v I (2001): 337-346.
[5] Andrea Pagni, “¿Orientalismos americanos? Lugares de traducción de Gertrudis Gómez de Avellaneda y de Andrés Bello”, en TRANS, n° 12 (2008), dossier (43-50): 44.
[6] Krejner, Jaime y Margarita Wolman-Krejner. Tierra Santa y el nuevo mundo durante el imperio otomano. Viaje a través de los testimonios de autores españoles, portugueses y latinoamericanos. Fundación Internacional Raoul Wallenberg, (2007): 56-57.
[7] Ignacio Rupérez, “Oriente, Occidente y lady Hester Stanhope”, Los Cuadernos del Norte: Revista cultural de la Caja de Ahorros de Asturias, año 9, nº 49 (1988): 96-98.
[8] Antonio Álvarez de la Rosa, “Literatura y erotismo en el gran viaje de Flaubert”, Revista de Filología de la Universidad de La Laguna, nº 17 (1999): 79.
[9] Pedro Paz Soldán y Unanue, Memorias de un viajero peruano (Biblioteca virtual universal, 2003): 152.
[10] Ibídem, 151.
[11] Ibídem., 207
[12] Ibídem, 156-157.
[13] Ibídem, 178.
[14] Marie-Françoise Berneron-Couvenhes, Les messageries maritimes: l'essor d'une grande compagnie de navigation française, 1851-1894 (Paris: Presses Paris Sorbonne, 2007): 20; Gaetano Cerchiello, “Turismo de eventos: los cruceros españoles en la inauguración del canal de Suez de 1869”, Cuadernos de Turismo, Universidad de Murcia 35, (2015): 101.
[15] Cerchiello, Ibíd., 101. El primer viaje organizado de la agencia de Thomas Cook a Egipto y Oriente Medio había tenido lugar entre primavera y verano de 1869 al inaugurarse el canal de Suez
[16] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 156-190.
[17] Sophia Lane Pool, The Englishwoman in Egypt Letters from Cairo (Philadelphia: G. B. ZIEBER & CO, 1845): 52-58.
[18] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 162.
[19] Sophia Lane Pool, Ibíd., 31.
[20] Ibídem, 76.
[21] Ibídem, 15.
[22] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 182. “El estado normal de la persona decente en el Cairo es estar a burro”
[23] Ibídem, 181.
[24] Sophia Lane Pool, Ibíd., 14.
[25] Claude Etienne Savary. Letters on Egypt with a parallel between the manners of its inhabitants, the present state, the commerce, the agriculture, and government of that country (London: Printed por J.J.G. and J. Robinson, Pater Noster Row, 1786): 161. Esbekié era una plaza antigua oriental.
[26] Marianne Thauré, Michel Rérolle, Yves Lebrun (éd.), Gustave de Beaucorps, 1825-1906: calotypes « l'appel de l'Orient », 1858-1861 (Poitiers : Art Conseil Elysées, Neuilly et les Musées de Saintes et de Poitiers, 1992).
[27] Sophia Lane Pool, Ibíd., 25-26.
[28] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 178.
[29] Sophia Lane Pool, Ibíd., 16.
[30] Gregorio Andrés Espala. Del Manzanares al Nilo y el Jordán (Madrid: Imprenta a cargo de Diego Valero, 1870): 52.
[31] Sophia Lane Pool, Ibíd., 17; Gregorio Andrés Espala, Ibíd,56. El extraordinario número de ciegos que se encontraban en el Cairo.
[32] Sophia Lane Pool, Ibíd., 17.
[33] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 217; Sophia Lane Pool, Ibíd., 141-142.
[34] Gregorio Andrés Espala, Ibíd., 62.
[35] Sophia Lane Pool, Ibíd., 42.
[36] Massimiliano Nuzzolo and Jaromír Krejčí. Egypt and the Levant. Austrian Academy of Sciences Press, Vol. 27 (2017): 357-380.
[37] Sophia Lane Pool, Ibíd., 199. En 1843,“Es lamentable observar la prisa que la mayoría de los viajeros hacia y desde la India están obligados a hacer, si es que pueden visitar las pirámides: algunos llegaron durante nuestra estancia, subieron corriendo la Gran Pirámide, descendieron tan rápido, pasaron unos minutos dentro de él, y desapareció en poco más de una hora”.
[38] Ibídem, 188. A Lane le tomó tres horas para llegar a las pirámides desde el Cairo y el ascenso tomaba de quince a veinte minutos.
[39] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 195.
[40] Sophia Lane Pool, Ibíd., 200.
[41] Ibídem, 186-200. Sophia Lane Pool visitó las pirámides por varios días, visitándola en el día y durmiendo en una tienda de campaña en la noche.
[42] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 211.
[43] Ibídem, 218.
[44] Ibídem, 217.
[45] Ibídem, 214.
[46] Ibídem, 204.
[47] Ibídem, 220.
[48] Francisco Guerrero. Viaje a Jerusalén (Madrid, Editorial Vita Bremis, 2011): 34.
[49] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 220.
[50] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 220.
[51] Ibídem, 166.
[52] Ángel Clemente Escobar, "Viaje al paraíso perdido: metamorfosis del viaje a Damasco”. Ángulo Recto. Revista de estudios sobre la ciudad como espacio plural, vol. 3, núm. 1 (2011), pp. 233; George Robinson, Travels in Palestine and Syria, vol. 2. (London, Henry Colburn, 1837): 135.
[53] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 223.
[54] Poder Arroyo Medina. Tiempo, historia y violencia social: el caso del Líbano (Madrid, universidad complutense de Madrid, 2004): 47.
[55] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 223.
[56] Ibídem, 235.
[57] Ibídem, 240.
[58] Ibídem, 245.
[59] Ibídem, 230. “Los establecimientos de baños públicos, de agua caliente y vapor, tan característicos del Oriente como los cafés públicos del Occidente, son hermosísimos en Damasco, y los más agradables de esas regiones”.
[60] Elisée Reclus, The Earth and its Inhabitants, Volumen 1, (New York: D. Appleton and Company, 1883): 147.
[61] Ibídem, 255.
[62] Joseph de Laporte, El viagero universal o Noticia del mundo antiguo y nuevo (Madrid, imprenta de Vallalpando, 1801, V. 42, T.III): 230 y 231. La selva de Belgrado
[63] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 257.
[64] Filomeno Borrero. Recuerdos de viajes en América, Europa, Asia y África en los años de 1865- 1867. (Bogotá. Imprenta Ortiz Malo 1869): 177.
[65] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 259.
[66] F.J. Castro Molina. “Nosocomios higienistas: el caso Florence Nightingale”. Cultura de los Cuidados, (2013): 17
[67] Joseph Marie Jouannin, Historia de Turquía (Barcelona, Imprenta del guardia personal, 1840): 424. Jacques Mislim. La tierra santa, peregrinación a Jerusalén (Barcelona: Sociedad editorial de la Maravilla, (1863): 55.
[68] Juan González Castaño. Recuerdos de viaje, de París a Constantinopla (Murcia: comunidad autónoma de Murcia, 2005): 192.
[69] John Murray. A Handbook for Travellers in Turkey: Describing Constantinople European, Turkey Asia Minor, Armenia and Mesopotamia, (London, John Murray Albemarle Street, 1854):70.
[70] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 238.
[71] Ibídem, 239.
[72] José María Servet. Recuerdos de viaje de Paris a Constantinopla (Murcia: Editorial Regional de Murcia, 2005): 97. En la parte asiática del Bósforo estaba el monte de los Gigantes.
[73] Pedro Paz Soldán, Ibíd., 264.
[74] Ibídem, 258.